Como algunos ya
saben, me encantaba madrugar. Verdad… hasta la encarnación anterior. Gracias al
trabajo espiritual logre otro nivel de conciencia, las madrugadas no me
preocupan más. Así que todavía estuve durmiendo cuando, a las once y media de
un lindo miércoles, tocó el timbre. Mi seguridad interna habitualmente me
permite ignorar esas faltas de respeto, aunque sean tan evidentes. Cuestión es
que estaba esperando un correo de mi país, unas enseñanzas de Buda, versión para
extranjeros perdidos en calles porteñas. Entonces, como siempre, ganó el amor,
en ese caso a los libros. Abandone mi calentita frazada (¡que me perdone!) y
levantando el auricular del portero eléctrico con la dulce voz del mas
caballero, que podía ser a esta hora, pregunté:
- ¿Si?
- Julieta – contestó
el mundo más allá.
- Se equivocó – aclaré
amablemente a la desconocida infinitud encarnada bajo ese hermoso nombre femenino.
- Ah, bueno - despreocupadamente,
aunque con voz algo grave, reafirmo su energía vital la fuente de mi despertar.
- ¡Disculpe! –
agregue esperando poder seguir en contacto con ese divino ser humano que me fue
mandado para que despierte más temprano de lo que erróneamente consideraba
digno.
- ¿Qué pasó? – con
sorpresa preguntó la genuina naturaleza de mi interlocutora.
- Que se equivocó –
expliqué con paciencia la fuente de mi culpa y malestar.
Ah, bueno - aceptó
el veredicto del destino mi misteriosa amiga, perdonándome todo y dejándolo en
olvido para poder construir un futuro nuevo, pleno y esperanzador.
Volví a mi calentita
frazada. Después de un corto, aunque justificado llanto y una escena de celos,
me aceptó de vuelta. Es la única que me ama. Siempre me perdona mi maldad.
Sin embargo la
energía del universo que pude compartir con Julieta durante nuestro profundo
encuentro oral no me dejó de todo satisfecho. En lo más oscuro de mi corazón,
en los rincones tan escondidos que solo un Buda podría iluminarlos, todavía
estaba la necesidad, el deseo, el querer más. Mucho más. Hasta que estaba
dispuesto a enfrentarme cara a cara con la doncella que provocó mi despertar.
Como algunos ya
saben, sueños suelen convertirse en realidad. Es cuestión de energía. En pocos
minutos escuché la alegre voz de Julieta. Llegaba del balcón de mi vecina de
abajo. Me considero un caballero, si cometo un error, pongo la cara. Además, aprendí
hace mucho que si una mujer tiene razón reprochándome algo, hay que pedirle
perdón. Y si reprocha sin razón, es aconsejable hacerlo por lo menos dos veces.
No por teléfono, mensaje de texto, internet o portero eléctrico. En persona, poniendo
cara.
Bueno… sin chamuyo (¡A
ver si me sale!). Básicamente sentía esa gran necesidad de acercarme, de
fortalecer el vínculo tan esperanzador entre nosotros. Salí al balcón, de
vuelta abandonando mi frazada, la única que me ama (¡que me perdone!).
No era de todo lo
que me esperaba, sin embargo a esa altura ya no había vuelta atrás, así que
probé la vuelta adelante.
- ¡Julieta! – mande
mi bendición hacia mi alma gemela.
Julieta, algo
sorprendida, levantó la cabeza.
Verdad… Julieta tenia
senos bien marcados, así que me tuve que agarrar de la baranda y si no se entiende
cual es la relación, es porque nunca tuvieron una baranda con vista a Julieta,
o mejor dicho a una parte de su cuerpo, o todavía mejor dicho, a dos partes. ¡Y
eso no era todo! Verdad… era algo más musculosa de lo común, pero que importa,
si las curvas en cercanía directa de sus crestas iliacas se parecían a unas
curvas mortales de un camino de montaña. Conectándome con la prana y mi eje cósmico pude mantenerme
de pie, sólo comencé a percibir que hasta la baranda estaba temblando. En un momento
de iluminación vincule la grave voz de Julieta y sus brazos algo musculosos con
el sutil recuerdo de un bigote que a pesar de los esfuerzos de Julieta día tras
día volvía a su lugar. Entendí que la mejor cirugía y dieta hormonal pueden
cambiar todo. Todo, salvo la sensibilidad. Siendo bien caballero (¡Sin chamuyo,
eh!) no me quedaba otra que seguir:
- ¿Julieta?
- ¿Si?
- Se equivocó.
- Ah, bueno.
- ¡Disculpe!
- ¿Qué pasó?
- Que se equivocó.
- Ah, bueno.
Y con esas palabras
del perdón, recibidas, como se debe, en un encuentro cara a cara, el mundo
volvió a su profunda armonía. Y yo volví a mi calentita frazada. Después de
otro corto, aunque justificado llanto y otra escena de celos, me aceptó de
vuelta. Es la única que me ama. Siempre me perdona mi maldad.