Treinta y siete metros de
altura hasta la cubierta superior. La única explicación para construir un
monstruo de tal tamaño era la falta de un puente y la necesidad de trasladar de
una orilla a la otra cada suerte de cosas que el ser humano podría imaginarse,
desde lo más básico y obvio hasta las cosas más rebuscadas y sorprendentes.
Entraba todo. O casi todo…
Era por el río. Con sus aguas
oscuras, misteriosas, a menudo tan vórtices, famosos por sus inesperados remolinos.
El barco iba lento respetando la regla básica, según cual para cruzar el río hace
falta tiempo. Podría medírselo precisamente, hasta un segundo, pero… ¿Podemos
hablar de tiempo con precisión? Por supuesto que si, tenemos calendarios,
julianos, gregorianos, incas, chinos, musulmanes y varios otros. Tenemos
relojes, del sol, de metal, de plástico, de cuarzo. A partir de la época de
Immanuel Kant tenemos también la innata noción de tiempo, una categoría
interna, un sentido, tal cual como el sabor, la vista, el olfato.… El sentido
de tiempo.
¿Podemos hablar de sentidos
con precisión entonces? ¿Un lunes por la mañana, mirando a negras nubes
acercándose y disfrutando de los últimos rayos del sol de un verano que estaba
por terminarse? Al hacerse esa pregunta parado en el borde de la cubierta
superior, agarrado a la baranda, escuchando alguna zamba para olvidarse (como
suele ser - del amor y soledad), que salía de los parlantes, Tomas volvió a
percibir aquella extraña sensación, que desde siempre le acompañaba. En este
caso desde siempre significaba desde sus primeros recuerdos.
Aquel viaje tan largo, aquel
amor apasionado, lento y rico, el miedo de perder la que amaba, aquel dolor de
estar muriéndose… los recuerdos de un mundo distinto, lejano, pasado… Tomas
nunca pudo entender ese fenómeno tan raro, la sensación de una eternidad que
pasó entre lo que ha sucedido antes y el presente. A veces, desesperado
agarraba el calendario, miraba las fechas de los emails, los registros de
llamadas, trataba de asociar hechos para recordar cuando fue… y no entendía.
Toda la evidencia a la cual recorría le decía: hace un mes, hace una semana,
dos días antes, ayer… Y una interna
defensa, una protección contra el dolor de una vida, que ya había pasado, le
dejaba con la sensación, que no fue ayer, fue hace mucho, una vida antes por lo
menos. Se escapaba de su propio peso, de su memoria, alcanzando la levedad. En
estos momentos casi se creía capaz de pisar el agua y caminar por el sin
hundirse. Solo que nunca lo probó…
Observando a los fugaces y
cada vez más raros reflejos del sol en el agua y volviendo al peso de los
pensamientos cotidianos Tomas se preguntó cuánto tiempo más del viaje quedaba.
Podría mirar el reloj pero sabía que de esta manera no iba a encontrar la
respuesta. Soy un reflejo de luz - pensó. Un instante, que termina antes de
darse cuenta, que está. Siempre le parecía que eran el amor y la muerte, las
dos hermanas que nacieron de la misma raíz, las que luchaban por su alma y por
su eternidad. Y cuando de golpe su mente
y su espíritu percibieron el reflejo de esa ambigua luz que determinaba su vida
entera, todas sus huidas y búsquedas de algo duradero, pleno e interminable, en
que no sabía creer lo más mínimo, la zamba de los parlantes llegó a sus últimos
acordes y Tomas escuchó una canción nueva. Aquella voz tan conocida preguntó: Is this the real life? Is this just fantasy?
Las palabras que conocía de memoria, tan bien como si fueran sus propias.
Pero no eran suyas. O por lo
menos no le pertenecían hasta el momento cuando decidió apropiarse de ellas. Open your eyes, look up to the skies and see… Si hay algo que se resiste al paso de tiempo no
es ni el poder, ni la fuerza. No es la fe, ni la esperanza y ni si quiera lo es
el amor, aunque Tomas tanto lo quería creer. Si hay algo que se resiste, es la
genialidad. Bohemian Rhapsody… the Queen… una sensación de
sorpresa atravesó la mente de Tomas. ¿Freddy
Mercury… cuando fue esto? ¿Cuándo murió? Desde su altura de la cubierta
superior miró sorprendido la lejana superficie del agua. El hemisferio
izquierdo de su cerebro tenía una respuesta rápida; ¿noventa y uno, noventa y
dos? Más de veinte años. Pero el hemisferio derecho sabía que fue ayer.
Había otros, innumerables.
Johan Sebastián Bach, su Tocata y Fuga Re menor, Astor Piazzolla y el Libertango, los autores de obras tales
como La Insoportable Levedad Del Ser,
El Maestro Y Margarita, Las Invasiones Bárbaras, y ni hablar de
los antiguos genios como el primer plantador de la uva de Moscato, o el que
primero supo ahumar una caballa…
Ellos, por sus hechos grandes
se han convertido en parte del cielo nocturno y permanecerán allá. No mueren y
si murieron, murieron siempre ayer. Y cuando vivían eran capaces de mantener y
recuperar la locura y el sufrimiento, los dos ingredientes indispensables para
dar a la luz lo que se resiste al tiempo. Como estas palabras: I don't wanna die. I sometimes wish I'd
never been born at all.
A pesar de todas sus
primaveras Tomas supo mantener la inocencia, tan genuina como si todavía
tuviera cinco años. La sociedad, su entorno, inclusive gente que lo amaba
esperaba que sea adulto, maduro, responsable… que tenga planes, proyectos,
metas de largo plazo…
¿Y que tenía el…? Hambre,
calor, deseo, dolor y otras sensaciones tan fugaces que sólo se pueden
convertir en lo eterno si están vividas sin noción de algún futuro, de cambio
alguno. Ya de niño estaba capaz de repetir innecesariamente lo ya dicho: tengo
frio, estoy feliz, me gusta, quiero comer… La gente, que a la palabra le pone
un valor informativo más allá de la expresión de los sentimientos solía
enfurecerse en su presencia, después de haber escuchado lo mismo unas veinte veces
en unos tres minutos.
¿Fue entonces ayer, cuando murió
su cantante preferido? ¿Dos décadas comprimidas en un solo día? Quedándose con
estas divagaciones obviamente innecesarias se dio cuenta, que la canción
terminaba… Nothing really matters, anyone
can see, nothing really matters, nothing really matters to me… anyway the wind
blows.…Si miraba su vida con ojos de los demás, parecía verdad. No le importaba nada, le
llevaba el viento, el aire, su naturaleza de Géminis, un soñador perdido en el
mundo posmoderno. Pero si a su vida la miraba con sus propios ojos, sabia y
sentía el tremendo peso de la levedad. El peso de huir, el peso de no elegir,
de no decidirse, de oportunidades cuales pudo escapar, la amargura del amor
perdido y la todavía más amarga desilusión con el mismo.
El barco se movía lento. Las olas
– a pesar de un viento muy fuerte - desde los treinta y siete metros parecían
pequeñas. Tomas - parado, agarrando la baranda para que el viento no se lo
lleve hacia otro destino - miraba hacia el horizonte, a las nubes de la
tormenta. No le quedaba duda que la tempesta formaba parte de su viaje. La otra
orilla todavía no se veía muy claramente. Sin embargo el barco ya se alejó lo
suficiente de la orilla del origen para que Tomas pueda recordar, que la
tormenta más fuerte nunca viene del norte. Ni del sur, ni del este. Y del oeste
tampoco. Viene siempre de adentro, de uno mismo.
¿Y como atravesarla?
¿Fluyendo, con su energía, dejando llevarse como lo enseñan los maestros del
Oriente? Hubiera sido la respuesta correcta, si no hubiera sabido que no es
solo la felicidad, la que fluye con la corriente del universo. La basura
también. Y ir contra corriente significaba arriesgarse, quizás hasta hundir el
buque. Siendo su capitán era responsable
de el tal cual como de sí mismo.
Recordó a aquel doctor, quien
vendió su alma al diablo. Se le cruzo una vez en el camino, o por lo menos en
el sueño. Tenían con Tomas algo parecido, un dolor poco explicable, pero a
diferencia de Fausto, Tomas no demandaba
que el bello momento permanezca, sólo soñaba con poder decir: Me quedare contigo, a pesar de los malos
momentos. Solo soñaba. Era una de esas pocas cosas que sabía hacer
realmente bien.
Dicen que el único fenómeno
eterno del universo, el único principio que no cambia, es el cambio mismo. Y
dicen que todo renace. Tomas sabia, hay algo que no dicen… para renacer,
primero hay que morir. Miró a la orilla del destino. ¿Lejana? ¿Cercana?
¿Angustiante? ¿Deseada? Con una extraña palpitación del corazón sintió que su
razón, que hace treinta y pico de años eclipsaba sus emociones, estaba
desapareciendo. Miró el turbulenta agua, abajo pero ya no tan abajo como le
parecía antes. Un paso a través de la baranda, un momento de duda, un impulso,
interno empuje hacia adelante, un salto. Un vuelo. Un instante … una película
de treinta y siete años de vida que se estrenó frente de sus ojos, lo último que registro durante su caída libre
hacia la eternidad.
Los pocos testigos de su caída
tuvieron más de una versión de lo ocurrido.
Decían que al instante, guiado por su peso y la ley de gravedad, después
de haber chocado con el agua desapareció en un vórtice. Otros decían que ni
toco el agua, que - como si fuera una liviana pluma - se lo llevó el viento con
sus celestiales destellos riéndose de los inventos de Isaac Newton, hasta que
un relámpago atravesando la distancia entre ambas orillas lo encontró en su
camino. Y por fin, algunos, los que menos sabían del peso y de la levedad,
afirmaban que de manera extraña suavemente alcanzo la superficie y se fue
caminando por el agua hacia otro horizonte. Hacia su propia locura. No sabían
explicar bien a que se referían. Y no es nada extraño. Con precisión podemos
hablar de tiempo. No de la eternidad.