sábado, 28 de septiembre de 2013

CHAMUYANDO A BUDA

Como algunos ya saben, me encantaba madrugar. Verdad… hasta la encarnación anterior. Gracias al trabajo espiritual logre otro nivel de conciencia, las madrugadas no me preocupan más. Así que todavía estuve durmiendo cuando, a las once y media de un lindo miércoles, tocó el timbre. Mi seguridad interna habitualmente me permite ignorar esas faltas de respeto, aunque sean tan evidentes. Cuestión es que estaba esperando un correo de mi país, unas enseñanzas de Buda, versión para extranjeros perdidos en calles porteñas. Entonces, como siempre, ganó el amor, en ese caso a los libros. Abandone mi calentita frazada (¡que me perdone!) y levantando el auricular del portero eléctrico con la dulce voz del mas caballero, que podía ser a esta hora, pregunté:

- ¿Si?
- Julieta – contestó el mundo más allá.
- Se equivocó – aclaré amablemente a la desconocida infinitud encarnada bajo ese hermoso nombre femenino.
- Ah, bueno - despreocupadamente, aunque con voz algo grave, reafirmo su energía vital la fuente de mi despertar.
- ¡Disculpe! – agregue esperando poder seguir en contacto con ese divino ser humano que me fue mandado para que despierte más temprano de lo que erróneamente consideraba digno.
- ¿Qué pasó? – con sorpresa preguntó la genuina naturaleza de mi interlocutora.
- Que se equivocó – expliqué con paciencia la fuente de mi culpa y malestar.
Ah, bueno - aceptó el veredicto del destino mi misteriosa amiga, perdonándome todo y dejándolo en olvido para poder construir un futuro nuevo, pleno y esperanzador.

Volví a mi calentita frazada. Después de un corto, aunque justificado llanto y una escena de celos, me aceptó de vuelta. Es la única que me ama. Siempre me perdona mi maldad.

Sin embargo la energía del universo que pude compartir con Julieta durante nuestro profundo encuentro oral no me dejó de todo satisfecho. En lo más oscuro de mi corazón, en los rincones tan escondidos que solo un Buda podría iluminarlos, todavía estaba la necesidad, el deseo, el querer más. Mucho más. Hasta que estaba dispuesto a enfrentarme cara a cara con la doncella que provocó mi despertar.

Como algunos ya saben, sueños suelen convertirse en realidad. Es cuestión de energía. En pocos minutos escuché la alegre voz de Julieta. Llegaba del balcón de mi vecina de abajo. Me considero un caballero, si cometo un error, pongo la cara. Además, aprendí hace mucho que si una mujer tiene razón reprochándome algo, hay que pedirle perdón. Y si reprocha sin razón, es aconsejable hacerlo por lo menos dos veces. No por teléfono, mensaje de texto, internet o portero eléctrico. En persona, poniendo cara.

Bueno… sin chamuyo (¡A ver si me sale!). Básicamente sentía esa gran necesidad de acercarme, de fortalecer el vínculo tan esperanzador entre nosotros. Salí al balcón, de vuelta abandonando mi frazada, la única que me ama (¡que me perdone!).

No era de todo lo que me esperaba, sin embargo a esa altura ya no había vuelta atrás, así que probé la vuelta adelante.

- ¡Julieta! – mande mi bendición hacia mi alma gemela.

Julieta, algo sorprendida, levantó la cabeza.

Verdad… Julieta tenia senos bien marcados, así que me tuve que agarrar de la baranda y si no se entiende cual es la relación, es porque nunca tuvieron una baranda con vista a Julieta, o mejor dicho a una parte de su cuerpo, o todavía mejor dicho, a dos partes. ¡Y eso no era todo! Verdad… era algo más musculosa de lo común, pero que importa, si las curvas en cercanía directa de sus crestas iliacas se parecían a unas curvas mortales de un camino de montaña. Conectándome con la prana y mi eje cósmico pude mantenerme de pie, sólo comencé a percibir que hasta la baranda estaba temblando. En un momento de iluminación vincule la grave voz de Julieta y sus brazos algo musculosos con el sutil recuerdo de un bigote que a pesar de los esfuerzos de Julieta día tras día volvía a su lugar. Entendí que la mejor cirugía y dieta hormonal pueden cambiar todo. Todo, salvo la sensibilidad. Siendo bien caballero (¡Sin chamuyo, eh!) no me quedaba otra que seguir:

- ¿Julieta?
- ¿Si?
- Se equivocó.
- Ah, bueno.
- ¡Disculpe!
- ¿Qué pasó?
- Que se equivocó.
- Ah, bueno.


Y con esas palabras del perdón, recibidas, como se debe, en un encuentro cara a cara, el mundo volvió a su profunda armonía. Y yo volví a mi calentita frazada. Después de otro corto, aunque justificado llanto y otra escena de celos, me aceptó de vuelta. Es la única que me ama. Siempre me perdona mi maldad.



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