miércoles, 27 de enero de 2016

CAMINO A MAR

para Lídice,


A pesar de alturas los pasos le costaban cada vez menos esfuerzo. De equipaje llevaba sólo lo necesario; amores ya vividos e ilusiones perdidas. También pasiones que había sufrido, varios miedos superados, aún gritos de sangre rápida que se disolvieron en silencio y quietud. Y por supuesto su propia sombra, bien conocida. Lo único que parecía inútil era sal, un bolso de sal de tamaño considerable que ocupaba la mayor parte de su mochila. Toda la sal que juntó durante su larga caminata a través de montañas.

Era mago. Sólo los magos son capaces de encontrar sal en montañas.

¿Vértigo? Se iba acostumbrando a senderos angostos, precipicios profundos. Al final miedo es sólo una expresión del apego a eso que no queremos perder. Apego al fracaso que nos espera a la vuelta a superficies planas, a nuestras seguridades, casas, costumbres y comodidades. No, no sentía más miedo. No tenía a dónde volver. Ese fracaso no estaba a su alcance.

Tampoco se preguntaba demasiado por qué seguía más y más arriba. Con cada paso pagaba un precio, a veces tan alto como las cumbres alrededor. ¿Y si se hubiera quedado en algún sitio, resignando de su aspiración más grande? ¿Sin haber atravesado esas gigantescas rocas que lo separaban de lo tan vehemente deseado? Sería otro el precio. Ese de traicionarse a uno mismo. Ese que se deja limitar sólo por la imaginación. Ese de una bolsa de sal que un día se agota.

Así que seguía. Sin embargo, ya se veía el paso, arriba entre las cumbres. Una promesa de aquello que no se deja explicar con palabras. Llegar a mar.

El mago sabía que no iba a ascender al paso en una línea recta. Atravesando innumerables laderas de tantos montes aprendió que caminos rectos no existen. Todo en el universo tiene forma circular, redonda, de curvas y olas. Desde los rayos de luz hasta las galaxias, desde un corazón latiendo en el pecho de un hombre hasta los labios de una mujer. El planeta y los ojos que miran el horizonte, la voz que vibra en el aire y la felicidad que resuena en el alma. Todo es circular y siempre volvemos al mismo lugar. Sólo las alturas cambian y miramos cada vez desde más arriba.

Escuchando al murmullo de un arroyo, salió del bosque. El panorama abierto le cortó la respiración. El riachuelo partía el valle en dos, se veía una bifurcación del camino, todo rodeado de flores, más arriba comenzaba la nieve. Después de un tiempo de caminata en pleno sol, llegó hasta donde el sendero se dividía, abriendo de esa manera la quizás única característica que distingue un ser humano de un animal: la duda.

¿Cruzar el arroyo usando como puente sólo la esperanza y voluntad o seguir arriba junto a él? En ese campo de nieve donde se encontraba, no hubo signo alguno, ningún ser vivo para darle una pista, indicar el camino. Nada y nadie, sin contar una única flor del otro lado del arroyo. Acababa de atravesar la nieve luchando por el sol y la vida. Al verla, el mago sintió un relámpago de luz radiante que entrando por sus ojos quemó todas las dudas que inventa un corazón para escaparse de su sed. Se detuvo mirando a ese milagro, contemplando tanto su extraordinaria belleza, la alegre intensidad de sus colores que anunciaban la primavera, la suavidad en las redondas formas de sus pétalos, como también la tremenda fuerza y determinación de vivir, de crecer, de vencer el frío y la nieve y de abrirse a eso que era su destino. Tan conmovedor fue mirarla, que confiando en su equilibrio, el mago se arriesgó.

Ya estuvo del otro lado del arroyo.

La flor parecía sonreírle abriendo suavemente sus pétalos, meciéndose con el compás de la música del viento. Miró las cumbres, ojeó el paso y volvió a contemplar la flor. Se sentía tan feliz que hasta se envidió a él mismo. Todo era claro, la duda desapareció. A primera vista percibió en sus labios ese sabor conocido que seguía toda su vida. Lágrimas caían de sus ojos dejando sal en las mejillas.

La vida no es más que un juego entre el peso y la levedad, entre querer y poder, entre sufrir y soltar, entre temer y soñar. Un juego de reglas abiertas. Y nunca simples. ¿Cómo llevarla con él a una flor tan hermosa? Sin contar los pormenores tipo hacer desaparecer conejos o tristezas, sacar del sombrero a un elefante o a una sonrisa, convertir un pañuelo en una paloma o una distancia en una intimidad, el mago conocía trucos bastante más fuertes. Sabía hechizar, encantar con toda clase de brujerías. Sin embargo se sentía claramente la fuerza escondida entre esos pétalos tan delicados. Arrancarla a esa flor y llevarla para compartir el camino con ella requería el hechizo más poderoso, uno que el mago nunca antes se atrevió a usar.

Se sentó, cerró sus ojos. Ella estaba ahí a una sola mano de distancia, guardando su propio silencio. Pidiendo permiso el mago estiró la mano y en todo el valle se sintió cuando la sal de las lagrimas comenzó a derretir la nieve entre los dos. Quedará para siempre en secreto de las montañas si el mago se atrevió a hechizar a esa flor de vida con aquel hechizo más fuerte que él mismo no podía controlar. Basta con decir que hay sólo un camino para llegar a mar. Un sendero bien angosto, rodeado de precipicios. Para no confundir los pasos, para no caerse, para llegar, hay que respetar el camino. Y seguir sus reglas.

Observó a la flor de vuelta, con otra mirada. Su esfuerzo, su esperanza, su Ser. En su perfecto lugar, creciendo hacia la luz. Entonces retiró su mano y cerró los ojos de nuevo, guardando la imagen de la flor en su corazón. Hay una regla importante en los senderos de montañas. Como lo canta una bella y sabia canción: “uno sólo conserva lo que no amarra”.

Se fue entonces en paz mientras la flor seguía meciéndose con el compás de la música del viento, abriendo sus pétalos para caricias de rayos del sol.


Aceptando que el destino de una flor es crecer hacía el sol, sintió la libertad, la felicidad de querer que el otro sea quien quiere ser. Ahí, donde termina el arroyo de palabras, encontró el camino a mar. 




Agradecimientos por la corrección del texto a Magdalena Cáceres

No hay comentarios:

Publicar un comentario