El taller existía desde siempre.
Por lo menos
así lo recordaba.
Al comienzo aceptaba todo tipo
de trabajos. Arreglos de sueños, costura de posturas correctas, reparación de brillo
en los ojos. Durante años, al entender que se acercaba un cierre
definitivo, liquidación total, se
especializó en reciclaje. De palabras.
Y aun tan limitado, tenia que
ser selectivo. Entre tantos verbos sin contenido real, sustantivos sin
substancia, adjetivos sin a que y quien aplicarlos, eligió
concentrarse en una sola. Su palabra.
Aquella tarde la sacó de
un cajón viejo, oxidado, olvidado, la acercó a la luz, la limpió con buenos
recuerdos. La pintó con sus emociones. La puso en la mesa.
Terminó percibiendo
cansancio. Se acostó. Esa vez dormirá más que una noche.
Al día siguiente el
susurro de un inquietante silencio anunció que el taller ha cerrado.
El sol de la mañana
iluminó la mesa con sus rayos. Ahí estaba.
La única, la elegida. El
logos de su vida. Decía:
gracias
Agradecimiento por la corrección a Lucía Abbate